Fue repentino el momento en que lo empecé a querer. Lo había
visto con anterioridad, sí; pero nunca con detenimiento. A menudo lo veía
pasar, y sin embargo nunca me animé a hablarle. Hubo una ocasión en la que el
destino nos unió, y aún así seguía siendo cualquier persona para mí, nada fuera
de lo normal.
Con el tiempo, tuve la oportunidad de conocerlo un poco más,
lo necesario para saber que estaba adquiriendo un valor importante en mi vida:
se volvió mi inspiración. Lo apreciaba con todo mi ser, hasta que una mañana,
me di cuenta de que no era tan sólo un amigo más: sino empecé a quererlo cada
vez con más intensidad, hasta que se adueñó de mi corazón.
Mi vida cobró sentido, una ilusión. Ahora los árboles eran
fuentes de vida y paz, no tan sólo montones de hojas y ramas. El cielo
irradiaba armonía y se adornaba con estrellas, había dejado de ser un hueco
vacío y sin fin en la vida diaria. Un atardecer se había tornado en un hermoso
paisaje, y ya no significaba la partida de la luz y el dominio de la oscuridad…
No más. El conocerlo, el sólo hecho de conocerlo, había cambiado mi existencia
por completo… Ahora no me sentía sola.
Pero ¡Oh, dulce decepción! Ésto no era más que un sueño
inanimado, no más que un poema escrito sin inspiración, sino que era la emoción
más grandiosa que hasta ahora he experimentado… Felicidad ante todo, pues ahora
lo conocía a Él. Tristeza amarga, pues también descubrí que él nunca estaría
interesado en mí, ni por el más mínimo instante, a pesar de que ahora mi sola
existencia estaba basada en él…
Y ahora, lo contemplo día a día sin tener mucho que decirle,
a pesar de que por dentro me muero por expresarle lo que siento, continúo mi
jornada diaria: verlo aunque sea sólo una vez más, para seguir viviendo.
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